M'ha fet molta il·lusió rebre aquest text de l'amiga Cande des de l'Argentina. Amb el seu permís, el comparteixo. Un petit escrit que narra les aventures d'aquests meus relats que, sortint del calaix, una mica tímidament, han esdevingut un petit llibre que ha creuat l'Atlàntic fins arribar a casa seva, a Buenos Aires. Una picada d'ullet...
Moltes gràcies, Cande!
"Salieron temerosos del cajón. No sabían que este día llegaría, por eso se sorprendieron profundamente cuando la escritora los tomó con sus dedos pequeños y los puso sobre la mesa ratona. El fuego estaba encendido. Reposando en el calor del hogar sintieron algo de calma.
Uno a uno, fueron tomando otro formato, al ritmo de las teclas de una computadora que ya tenía sus años. Sus cuerpos se estremecieron al verse al otro lado de la pantalla. Ya no eran solo de tinta, y sus palabras eran mucho más simples de borrar. Que miedo les daba la virtualidad. Era una forma de poder llegar más lejos, y ellos lo sabían, porque algunos compañeros suyos ya habían pasado por ahí.
Con el correr de los días, se fueron amuchando en un solo archivo. Que vos adelante, que no, mejor atrás, que ahora con este título, que mejor sin. Les resultaba un poco extraña la sensación de no saber cuál sería su destino, estaban tanto más cómodos en el cajón. Al mismo tiempo, empezaban a acostumbrarse a la rica sensación de ser vistos por otros ojos. Esa mirada, la del primer encuentro, lo valía todo.
Entre manos catalanas y francesas, estos relatos tomaron forma de libro. Viajaron hasta Polonia, para ser de carne y hueso, y volvieron a Catalunya en cuanto pudieron. Cada cual encontró su rumbo.
Uno de ellos, fue por demás afortunado. Amaneció un día de verano, mientras Roser escribía en sus primeras páginas unas palabras. Fue metido en un sobre sin previo aviso, y comenzó una aventura que jamás imaginó posible. Días largos, de mucho movimiento, de turbulencias. Se dio cuenta que había llegado a destino, cuando unas manos frías lo sacaron del envoltorio y pudo estornudar. Apenas alzó la mirada de nuevo, la vio. Sus ojos parecían de vidrio y una sonrisa de dientes grandes se dibujó.
Junto con ella viajó en subte, y conoció un montón de argentinos que hablaban rarísimo. La vecina de asiento ojeó su tapa intentando descifrar el catalán allí escondido. Apenas salieron de la estación, se sacó algunas fotos en lugares emblemáticos de la ciudad, no podía creer estar en Buenos Aires, ¿qué hacía acá?
Al fin, llegó al último destino. Descansó sobre una mesa de luz, con otros aliados. En el silencio de esta nueva casa, descubrió que recorrer tantos kilómetros no había sido en vano. Él, había sido elegido para ser testigo de esos hilos casi invisibles que se entretejen entre los seres humanos. Que van trenzando telares hermosos, enormes, que atraviesan océanos, tiempos y espacios. Que llenan de colores la vida, y abrigan en noches de frío a quienes tienen el gusto de seguir tejiendo, sin temer a la distancia ni al paso de los años".